Crecí, en un lugar muy cerca al desvío a La Esperanza. A los cipotes y cipotas de la casa y a mí nos prohibían ir al desvió de La Esperanza, por el peligro que esté representaba. ¡Te puede llevar un robachicos! decía mi abuelita. Crecí con el café con pan por las mañanas, o café con rosquillas cuando había abundancia. Entre las pozas, los caballitos del diablo y las sardinas de un rio que desconozco el nombre y entre matorrales y las milpas de Don Isidro, el solar de la casa de mi abuelita donde había un sendo palo de mango del cual mi hermano mayor había hecho su fortaleza y muchos guayabos que se convertían en naves espaciales o aviones según quien los piloteara, huerta por aquí y por allá y unos cuantos palitos de café, cuyas raíces servían para cimientos de grandes ciudades en miniatura, que tenían calles construidas con la tapadera de casete de música, construcciones de basura con "forma"(piezas de plástico) y piedras. Las carretas de bueyes de don Ism
Tres mundos distintos en una sola realidad.